miércoles, 23 de septiembre de 2009

Espectáculo conmemorativo da celebración do IV Centenario da publicación de “Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes

GRUPO DE TEATRO DA A.C.
“PARA O DESENVOLVEMENTO SEN FRONTEIRAS”



Textos:
Rubén Darío
Miguel de Unamuno
Miguel de Cervantes


Recopilación:
María Montaña
coa colaboración de Marisa Selas Carro


Dirección:
María Montaña


UN SONETO A CERVANTES

Horas de pesadumbre y de tristeza
pasa mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.

Él es la vida y la Naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.

Cristiano y amoroso caballero
parla como un arroyo cristalino.
Así le admiro y le quiero,

viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino.

Rubén Darío


Nada sabemos del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de cómo se fraguara el ánimo del Caballero de la Fe, del que nos hace con su locura cuerdos. Nada sabemos de sus padres, linaje y abolengo, ni de cómo hubieran ido asentándose en el espíritu las visiones de la asentada llanura manchega en que solía cazar; nada sabemos de la obra que hiciese en su alma la contemplación de los trigales salpicados de amapolas y clavelinas; nada sabemos de sus mocedades.

Se ha perdido toda la memoria de su linaje, nacimiento, niñez y mocedad, no nos la ha conservado ni la tradición oral ni testimonio alguno escrito, y si alguno de éstos hubo, hase perdido o yace en el polvo secular. No sabemos si dio o no muestras de su ánimo denodado y heroico ya desde tierno infante, al modo de esos santos de nacimiento que ya desde mamoncillos no maman los viernes y días de ayuno por mortificación y dar buen ejemplo.

Respecto a su linaje, declaró él mismo a Sancho departiendo con éste después de la conquista del yelmo de Mambrino, que si bien era “hijodalgo de solar conocido, de posesión y propiedad y de devengar quinientos sueldos”, no descendía de reyes, aunque, no obstante ello, el sabio que escribiese su historia podría deslindar de tal modo su parentela y descendencia que le hallase ser quinto o sexto nieto de rey. Y de hecho no hay quien, a la larga, no descienda de reyes, y de reyes destronados. Mas él era de los linajes que son y no fueron. Su linaje empieza en él.

Es extraño, sin embargo, cómo los diligentes rebuscadores que se han dado con tanto ahínco a escudriñar la vida y milagros de nuestro Caballero no han llegado aún a pesquisar huellas de tal linaje, y más ahora que tanto peso se atribuye en el destino de un hombre a eso de su herencia. Que Cervantes no lo hiciera, no nos ha de sorprender, pues al fin creía que cada cual es hijo de sus obras y que se va haciendo según vive y obra; pero que no lo hagan esos inquisidores que para explicar el ingenio de un héroe husmean si fue su padre gotoso, catarroso o tuerto, me choca mucho, y sólo me lo explico suponiendo que viven en la tan esparcida como nefanda creencia de que Don Quijote no es sino ente ficticio y fantástico, como si fuera hacedero a humana fantasía el parir tan estupenda figura.

Aparécesenos el hidalgo cuando frisaba en los cincuenta años, en un lugar de la Mancha, pasándolo pobremente con una “olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos”, lo cual todo consumía “las tres partes de su hacienda”, acabando de concluirla “sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo y los días de entre semana... vellorí de lo más fino”. En un parco comer se le iban las tres partes de sus rentas, en un modesto vestir la otra cuarta. Era, pues, un hidalgo pobre, un hidalgo de gotera acaso, pero de los de lanza en astillero.

Era hidalgo pobre, mas, a pesar de ello, hijo de bienes porque, como decía su contemporáneo el doctor don Juan de Huarte en el capítulo XVI de su Examen de ingenios para las ciencias, “la ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de bienes; y si se entiende de bienes temporales, no tiene razón, porque hay infinitos hijosdalgos; pero si se quiere decir hijo de bienes que llamamos virtud, tiene la misma significación que dijimos”. Y Alonso Quijano era hijo de bondad.

En esto de la pobreza de nuestro hidalgo estriba lo más de su vida, como de la pobreza de su pueblo brota el manantial de sus vicios y a la par de sus virtudes. La tierra que alimentaba a Don Quijote es una tierra pobre, tan desolada por seculares chaparrones, que por donde quiera afloran a ras de ella sus entrañas barroqueñas. Basta ver cómo van por los inviernos sus ríos apretados a largos trechos entre tajos, hoces y congostos y llevándose al mar en sus aguas fangosas el rico mantillo que habría de dar a la tierra su verdura. Y esta pobreza del suelo hizo a sus moradores andariegos, pues tenían que ir a buscarse el pan a luengas tierras, o bien tenían que ir guiando a las ovejas de las que vivían, de pasto en pasto. Nuestro hidalgo hubo de ver, año tras año, pasar a los pastores pastoreando sus merinas, sin hogar asentado, a la de Dios nos valga, y acaso viéndolos así soñó alguna vez ver tierras nuevas y correr mundo.

Era pobre, “de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”. De lo cual se saca que era de temperamento colérico, en el que predominan calor y sequedad, y quien lea el ya citado Examen de ingenios que compuso el doctor don Juan de Huarte, dedicándoselo a S.M. el Rey Felipe II, verá cuán bien cuadra a Don Quijote lo que de los temperamentos calientes y secos dice el ingenioso físico. De este mismo temperamento era también aquel caballero de Cristo, Íñigo de Loyola, de quien tendremos mucho que decir aquí y de quien el P. Pedro de Rivadeneyra en la vida que de él compuso, y en el capítulo V del libro V de ella, nos dice que era muy cálido de complexión y muy colérico, aunque venció luego la cólera, quedándose “con el vigor y brío que ella suele dar, y que era menester para la ejecución de las cosas que trataba”. Y es natural que Loyola fuera del mismo temperamento de Don Quijote, porque había de ser capitán de una milicia y su arte, arte militar. Y hasta en los más pequeños por menores se anunciaba lo que había de ser, pues al descubrirnos la estatura y disposición de su cuerpo en el capítulo XVIII del libro IV nos dice el citado Padre, su historiador, que tenía la frente ancha y desarrugada y una calva de muy venerable aspecto. Lo que consuena con la cuarta señal que pone el doctor Huarte para conocer al que tenga ingenio militar, y es tener la cabeza calva, y “está la razón muy clara”, dice, añadiendo: “Porque esta diferencia de imaginativa reside en la parte delantera de la cabeza, como todas las demás, y el demasiado calor quema el cuero de la cabeza y cierra los caminos por donde han de pasar los cabellos; allende que la materia de que se engendran, dicen los mádicos que son los excrementos que hace el cerebro al tiempo de su nutrición, y con el gran fuego que allí hay, todos se gastan y consumen y así falta materia de qué poderse engendrar.” De donde yo deduzco, aunque el puntualísimo historiador de Don Quijote no nos lo diga, que éste era también de frente ancha, espaciosa y desarrugada, y además calvo.

Era Don Quijote amigo de la caza, en cuyo ejercicio se aprenden astucias y engaños de guerra, y así es como tras las liebres y perdices corrió y recorrió los aledaños de su lugar, y debió de recorrerlos solitario y escotero bajo la tersura sin mancha de su cielo manchego.

Era pobre y ocioso; ocioso estaba los más ratos del año. Y nada hay en el mundo más ingenioso que la pobreza y la ociosidad. La pobreza le hacía amar la vida, apartándole de todo hartazgo y nutriéndoles de esperanzas, y la ociosidad debió de hacerle pensar en la vida inacabable, en la vida perturbadora. ¡Cuántas veces no soñó en sus mañaneras cacerías con que su nombre se desparramara en redondo por aquellas llanuras y rodara ciñendo a los hogares todos y resonase en la anchura de la tierra y de los siglos! De sueños de ambición apacentó su ociosidad y su pobreza, y despegado del regalo de su vida, anheló la inmortalidad no acabadera.

En aquellos cuarenta y tantos años de su oscura vida, pues frisaba ésta en los cincuenta cuando entró en obra de inmortalidad nuestro hidalgo, en aquellos cuarenta y tantos años, ¿qué había hecho fuera de cazar y administrar su hacienda? En las largas horas de su lenta vida, ¿de qué contemplaciones nutrió su alma? Porque era un contemplativo, ya que sólo los contemplativos se aprestan a una obra como la suya.

Adviértase que no se dio al mundo y a su obra redentora hasta frisar en los cincuenta, en bien sazonada madurez de vida. No floreció, pues, su locura hasta que su cordura y su bondad hubieron sazonado bien. No fue un muchacho que se lanzara a tontas y a locas a una carrera mal conocida, sino un hombre sesudo y cuerdo que enloquece de pura madurez de espíritu.

La ociosidad y un amor desgraciado de que hablaré más adelante le llevaron a darse a leer libros de caballerías con “tanta afición y gusto, que olvidó de casi todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda” y hasta “vendió muchas fanegas de tierras de sembradura para comprar libros de caballerías”, pues no sólo de pan vive el hombre. Y apacentó su corazón con las hazañas y proezas de aquellos esforzados caballeros que, desprendidos de la vida que pasa, aspiraron a la gloria que queda. El deseo de la gloria fue su resorte de acción.

“Y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio.” En cuanto a lo de secársele el cerebro, el doctor Huarte, de quien dije, nos dice en el capítulo I de su obra que el entendimiento pide “que el cerebro sea seco y compuesto de partes sutiles y muy delicadas”, y por lo que hace a la pérdida del juicio, nos habla Demócrito Abderita, el cual vino a tanta pujanza de entendimiento, allá en la vejez, que se le perdió la imaginativa, por la cual empezó a hacer y decir dichos y sentencias tan fuera de término, que toda la ciudad Abdera le tuvo por loco”, mas al ir a verle y curarle Hipócrates se encontró con que era el hombre más sabio que había en el mundo”, y los locos y desatinados los que le hicieron ir a curarle. Y fue la ventura de Demócrito –agrega el docotr Huarte- que todo cuanto razonó con Hipócrates “en aquel breve tiempo fueron discursos de entendimiento, y no de imaginativa, donde tenía la lesión”. Y así se ve también en la vida de Don Quijote que en oyéndole discursos de entendimiento, teníanle todos por hombre discretísimo y muy cuerdo, mas en llegando a los de imaginativa, donde tenía la lesión, admirábanse todos de su locura, verdaderamente admirable.

“Vino a perder el juicio.” Por nuestro bien lo perdió; para dejarnos eterno ejemplo de generosidad espiritual. Con juicio, ¿hubiera sido tan heroico? hizo en aras de su pueblo el más grande sacrificio: el de su juicio. Llenósele la fantasía de hermosos destinos, y creyó ser verdad lo que su desatino le mostraba, y en pura creerlo hízolo verdad. “en efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante e irse por el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, desaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos cobrase eterno nombre y fama.” En esto de cobrar eterno nombre y fama estribaba lo más de su negocio; en ello el aumento de su honra primero y el servicio de su república después. Y su honra ¿qué era? ¿Qué era eso de la honra de que andaba entonces tan llena nuestra España? ¿qué es sino un ensancharse en espacio y prolongarse en tiempo la personalidad? ¿Qué es sino darnos a la tradición para vivir en ella y así no morir del todo? Podrá ello parecer egoísta, y más noble y puro buscar el servicio de la república primero, si no únicamente por lo de buscar el reino de dios y su justicia, buscarlo por amor al bien mismo, pero ni los cuerpos pueden menos de caer en la tierra, pues tal es su ley, ni las almas menos de obrar por ley de gravitación espiritual, por ley de amor propio y deseo de honra. Dicen los físicos que la ley de la caída es ley de atracción mutua, atrayéndose una a otra la piedra que cae sobre la tierra y la tierra que sobre aquélla cae, en razón inversa a su masa (sic), y así entre Dios y el hombre es también mutua la atracción. Y si Él nos tira a Sí con infinito tirón, también nosotros tiramos de Él. Su cielo padece fuerza. Y es Él para nosotros, ante tod y sobre todo, el eterno productor de inmortalidad.

El pobre e ingenioso hidalgo no buscó provecho pasajero ni regalo de cuerpo, sino eterno nombre y fama, poniendo así su nombre sobre sí mismo. Sometiéndose a su propia idea, al Don Quijote eterno, a la memoria que de él quedase. “Quien pierda su alma la ganará –dijo Jesús; es decir, ganará su alma perdida y no otra cosa. Perdió Alonso Quijano en juicio, para ganarlo en Don Quijote: un juicio glorificado.

“Imaginábase ya el pobre coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda, y se dio priesa a poner en efecto lo que deseaba”. No fue un contemplativo tan sólo, sino que pasó de soñar a poner por obra lo soñado. “Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisagüelos”, pues salía a luchar a un mundo para él desconocido, con armas heredadas que “luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón”. Mas antes limpió las armas
que el orín de la paz gastado había
(CAMOENS: Os Lusiadas, IV, 22)
y se arregló una celada de encajes con cartones, y todo lo demás que sabéis de cómo lo probó sin querer repetir la probatura, en lo que mostró lo cuerda que su locura era. “Y fue luego a ver su rocín” y engrandeciólo con los ojos de la fe y le puso nombre. Y luego se lo puso a sí mismo, nombre nuevo, como convenía a su renovación interior, y se llamó Don Quijote, y con este nombre ha cobrado eternidad de fama. E hizo bien en mudar de nombre, pues con el nuevo llegó a ser de veras hidalgo, si nos atenemos a la doctrina del dicho doctor Huarte, que en la ya citada obra nos dice: “El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien a entender... que tienen los hombres dos géneros de nacimiento. El uno es natural, en el cual todos son uguales, y el otro espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico o alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de nuevo y cobra otros mejores padres, y pierde el ser que antes tenía. Ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho; ahora se llama hijo de sus obras. De donde tuvo origen el refrán castellano que dice: cada uno es hijo de sus obras, y porque las buenas y virtuosas llama la Divina Escritura allgo, y los vicios y pecados nada, compuso este nombre hijodalgo, que quiere decir ahora descendiente del que hizo alguna extraña virtud...” Y así Don Quijote, descendiente de sí mismo, nació en espíritu al decidirse a salir en busca de aventuras, y se puso nuevo nombre a cuenta de las hazañas que pensaba llevar a cabo.

Y después de esto buscó dama de quien enamorarse. Y en la imagen de Aldonza lorenzo, “moza labradora de muy buen parecer de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende ella jamás lo supo ni se dio cata de ello”, encarnó la Gloria y la llamó Dulcinea del Toboso.
Miguel de Unamuno: Vida de Don Quijote y Sancho

Montado en flaco rocino
con lanza y con armadura
cabalga por la llanura
más allá del quinto pino.

Todos llaman Don Quijote
a un héroe tan atrevido
que por flaco y escurrido
más parece un monigote.

Y a lomos de Rocinante,
según chismea un vecino,
ha confundido un molino
con un terrible gigante.

¡Qué vida la del rocín,
él que se queja tan poco,
tocarle un amo tan loco
metido en tanto trajín!

Campesino zampabollos
que trabaja de escudero
de un manchego caballero
y se mete en mil embrollos.

Quería el hombre sencillo
ayudando a su señor
llegar a gobernador
y vivir en un castillo.

Dicen que a un héroe enamora
esta porquera de oficio
y aunque es más fea que Picio,
él la encuentra encantadora.

Cree que son un montón
de gigantes violentos
por sus muchos aspavientos
que encantó el mago Frestón.

La luce por el camino
el caballero altanero
y dice que no es sombrero
sino yelmo de Mambrino.

Caballo más conocido
que Bucéfalo o Babieca
que de la Ceca a la Meca
cabalga muy escurrido.

Un brebaje fulminante:
si alguien le corta una oreja,
da un trago sin una queja
y se le pega al instante.

En tan vulgar paradero,
que don Quijote el famoso
cree que es castillo grandioso,
es armado caballero.

Va vestida de varón
pide al caballero andante
que acabe con un gigante
que acecha Micomicón.

Animales muy pacíficos
que por el polvo y el ruido
el hidalgo ha confundido
con ejércitos magníficos.

Un barbudo que seguro
que lleva la barba de pega
y cuando se le despega
la pega con un conjuro.


don Quijote de la Manchaþ
Capítulo X+

De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva [*] de yangüeses [*][1]

Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado [2] de los mozos de los frailes, y había estado atento a la batalla de su señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia y que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a tenerle el estribo y, antes que subiese, se hincó de rodillas delante dél y, asiéndole de la mano, se la besó [3] y le dijo:

—Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.

A lo cual respondió don Quijote:

—Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a esta [*] semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante [4].

Agradecióselo mucho Sancho y, besándole otra vez la mano y la falda de la loriga [5], le ayudó a subir sobre Rocinante, y él subió sobre su asno y comenzó a seguir a su señor, que a paso tirado [6], sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba. Seguíale Sancho a todo el trote de su jumento, pero caminaba tanto Rocinante, que, viéndose quedar atrás, le fue forzoso dar voces a su amo que se aguardase. Hízolo así don Quijote, teniendo las riendas a Rocinante hasta que llegase su cansado escudero, el cual, en llegando, le dijo:

—Paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia [7], que, según quedó maltrecho aquel con quien os combatistes, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad [8] y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel, que nos ha de sudar el hopo [9].

—Calla —dijo don Quijote—, ¿y dónde has visto tú o leído jamás que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que hubiese cometido?

—Yo no sé nada de omecillos —respondió Sancho—, ni en mi vida le caté a ninguno [10]; solo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.

—Pues no tengas pena [11], amigo —respondió don Quijote—, que yo te sacaré de las manos de los caldeos [12], cuanto más de las de la Hermandad. Pero dime por tu vida: ¿has visto [*] más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído en historias otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar?

—La verdad sea —respondió Sancho— que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer ni escrebir; mas lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos [*] no se paguen donde tengo dicho. Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja, que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas [13].

—Todo eso fuera bien escusado —respondió don Quijote— si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás [14], que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.

—¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? —dijo Sancho Panza.

—Es un bálsamo —respondió don Quijote— de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y ansí, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer [15], bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza [*], antes que la sangre se yele [16], la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo [*] igualmente y al justo [17]. Luego me darás a beber solos dos tragos del [*] bálsamo que he dicho, y verásme [*] quedar más sano que una manzana.

—Si eso hay [18] —dijo Panza—, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios [19] sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor, que para mí tengo que valdrá la onza [20] adondequiera más de a dos reales, y no he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es de saber agora si tiene mucha costa el hacelle [21].

—Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres [22] —respondió don Quijote.

—¡Pecador de mí! —replicó Sancho—, pues ¿a qué aguarda vuestra merced a hacelle y a enseñármele?

—Calla, amigo —respondió don Quijote—, que mayores secretos pienso enseñarte, y mayores mercedes hacerte; y, por agora, curémonos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.

Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento. Mas, cuando don Quijote llegó a ver rota su celada, pensó perder el juicio [23] y, puesta la mano en la espada [24] y alzando los ojos al cielo, dijo:

—Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios, donde más largamente están escritos [25], de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue de no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar [26], y otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo.

Oyendo esto Sancho, le dijo:

—Advierta vuestra merced, señor don Quijote, que si el caballero cumplió lo que se le dejó ordenado de irse [*] a presentar ante mi señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía, y no merece otra pena si no comete nuevo delito.

—Has hablado y apuntado muy bien —respondió don Quijote—, y, así, anulo el juramento en cuanto lo que toca a tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la vida que he dicho hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como esta a algún caballero. Y no pienses, Sancho, que así a humo de pajas hago esto [27], que bien tengo a quien imitar en ello: que esto mesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino [28], que tan caro le costó a Sacripante [29].

—Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos [30], señor mío —replicó Sancho—, que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia. Si no, dígame ahora: si acaso en muchos días no topamos hombre armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿Hase de cumplir el juramento, a despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido y el no dormir en poblado [31], y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del marqués de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no solo no traen celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de su vida.

—Engáñaste en eso —dijo don Quijote—, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vinieron sobre Albraca, a la conquista de Angélica la Bella [32].

—Alto, pues; sea ansí —dijo Sancho—, y a Dios prazga [33] que nos suceda bien y que se llegue ya el tiempo de ganar esta ínsula que tan cara me cuesta, y muérame yo luego [34].

—Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno, que, cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca, o el de Sobradisa [*][35], que te vendrán como anillo al dedo, y más que, por ser en tierra firme, te debes más alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde alojemos esta noche [36] y hagamos el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto a Dios [37] que me va doliendo mucho la oreja.

—Aquí trayo una cebolla y un poco de queso [38], y no sé cuántos mendrugos de pan —dijo Sancho—, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.

—¡Qué mal lo entiendes! —respondió don Quijote—. Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo, que, aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores [39]. Y aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efeto eran hombres como nosotros, hase de entender también que andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces [40]. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto: ni quieras [*] tú hacer mundo nuevo [41], ni sacar la caballería andante de sus quicios.

—Perdóneme vuestra merced —dijo Sancho—, que como yo no sé leer ni escrebir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca [42]; y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced [43], que es caballero, y para mí las [*] proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia [44].

—No digo yo, Sancho —replicó don Quijote—, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser dellas y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.

—Virtud es —respondió Sancho— conocer esas yerbas, que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento.

Y sacando en esto lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y compaña [45]. Pero, deseosos de buscar donde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida. Subieron luego a caballo y diéronse priesa por llegar a poblado antes que anocheciese, pero faltóles el sol, y la esperanza de alcanzar lo que deseaban [*], junto a unas chozas de unos cabreros, y, así, determinaron de pasarla allí; que cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado fue de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería [46].


Capítulo XI+

De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros

Fue recogido de los cabreros con buen ánimo [1], y, habiendo Sancho lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban [2]; y aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias [3] rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo [4] que vuelto del revés le pusieron. Sentóse don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo:

—Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y cuán a pique [5] están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere [6], porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice [*]: que todas las cosas iguala [7].

—¡Gran merced [8]! —dijo Sancho—; pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien [*] y mejor me lo comería en pie y a mis solas [9] como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas [10] donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante [11], como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho [12]; que estas, aunque las doy por bien recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo [13].

—Con todo eso, te has de sentar, porque a quien se humilla, Dios le ensalza [14].

Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél [*] se sentase.

No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes [15], y no hacían otra cosa que comer y callar [16] y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como el puño [17]. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas [18], y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno [19], porque andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria [20], que con facilidad vació un zaque [21] de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano [22] y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:

—Dichosa edad y siglos dichosos [23] aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados [24], y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío [25]. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos [26], en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas [27], ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno [28], la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques [29] despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre [30]; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas [31] de valle en valle y de otero en otero [32], en trenza y en cabello [33], sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro [34] y la por tantos modos martirizada seda encarecen [35], sino de algunas hojas verdes de lampazos [*][36] y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado [37]. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente [38], del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había [*] la fraude [39], el engaño ni la malicia mezcládose [*] con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje [40] aún no se había sentado [*] en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado [*][41]. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera [*], sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le [*] menoscabasen [42], y su perdición nacía [*] de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta [43]; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste [44]. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje [*][45] y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural [46] están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía [47], por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.

Toda esta larga arenga (que se pudiera muy bien escusar) dijo nuestro caballero, porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada, y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho asimesmo callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino [48], le tenían colgado de un alcornoque.

Más tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena, al fin de la cual uno de los cabreros dijo:

—Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero [*] andante, que le agasajamos con prompta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo [49], sabe leer y escrebir y es músico de un rabel [50], que no hay más que desear.

Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años [51], de muy buena gracia [52]. Preguntáronle sus compañeros si había cenado, y, respondiendo que sí, el que había hecho los ofrecimientos le dijo:

—De esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco, porque vea este señor huésped que tenemos que [*] también por los montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus buenas habilidades y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos [53]; y, así, te ruego por tu vida que te sientes y cantes el romance de tus amores, que te compuso el beneficiado tu tío [54], que en el pueblo ha parecido muy bien.

—Que me place —respondió el mozo.

Y sin hacerse más de rogar se sentó en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel, de allí a poco, con muy buena gracia, comenzó a cantar, diciendo desta manera:



ANTONIO

—Yo sé, Olalla [55], que me adoras,
puesto que no me lo has dicho
ni aun con los ojos siquiera,
mudas lenguas de amoríos.

Porque sé que eres sabida [56],
en que me quieres me afirmo,
que nunca fue desdichado
amor que fue conocido.

Bien es verdad que tal vez,
Olalla, me has dado indicio
que tienes de bronce el alma
y el blanco pecho de risco [57].

Mas allá entre tus reproches
y honestísimos desvíos,
tal vez la esperanza muestra
la orilla de su vestido [58].

Abalánzase al señuelo [59]
mi fe, que nunca ha podido
ni menguar por no llamado
ni crecer por escogido [60].

Si el amor es cortesía,
de la que tienes colijo
que el fin [*] de mis esperanzas
ha de ser cual imagino.

Y si son servicios parte
de hacer un pecho benigno [61],
algunos de los que he hecho
fortalecen mi partido.

Porque si has mirado en ello,
más de una vez habrás visto
que me he vestido en los lunes
lo que me honraba el domingo [62].

Como el amor y la gala
andan un mesmo camino,
en todo tiempo a tus ojos
quise mostrarme polido [63].

Dejo [*] el bailar por tu causa,
ni las músicas te pinto
que has escuchado a deshoras
y al canto del gallo primo [64].

No cuento las alabanzas
que de tu belleza he dicho,
que, aunque verdaderas, hacen
ser yo de algunas malquisto.

Teresa del Berrocal,
yo alabándote, me digo:
«Tal piensa que adora a un [*] ángel
y viene a adorar a un jimio [65],

Merced a los muchos dijes [66]
y a los cabellos postizos,
y a hipócritas hermosuras,
que engañan al Amor mismo».

Desmentíla y enojóse;
volvió por ella su primo [67],
desafióme, y ya sabes
lo que yo hice y él hizo.

No te quiero yo a montón [68],
ni te pretendo y te sirvo
por lo de barraganía [69],
que más bueno es mi designio.

Coyundas tiene la Iglesia
que son lazadas de sirgo [70];
pon tú el cuello [*] en la gamella [71]:
verás como pongo el mío.

Donde no, desde aquí juro
por el santo más bendito
de no salir destas sierras
sino para capuchino.

Con esto dio el cabrero fin a su canto; y aunque don Quijote le rogó que algo más cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba más para dormir que para oír canciones, y, ansí, dijo a su amo:

—Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que pasen las noches cantando [72].

—Ya te entiendo, Sancho —le respondió don Quijote— que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música.

—A todos nos sabe bien, bendito sea Dios —respondió Sancho.

—No lo niego —replicó don Quijote—, pero acomódate tú donde quisieres, que los de mi profesión mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo esto [*], sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va doliendo más de lo que es menester.

Hizo Sancho lo que se le mandaba, y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase. Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal [73], y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina, y así fue la verdad.

Cada vez que considero
que me tengo que morir
tiendo la capa en el suelo
y no me harto de dormir.


Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.


Hoy muchas poblaciones campesinas, las grandes y luminosas llanuras de La Mancha con sus ríos secretos, sus esponjosos valles, sus montañas limítrofes, las personas y las cosas de esta basta e interminable meseta, continúan hoy impregnadas por el aroma de unos seres que nunca existieron, salvo en el corazón piadoso e imaginativo de un escritor vagabundo y pobre. Su enorme talento consiguió ponerlos a nuestro lado, que formen parte de nosotros mismos.

Los molinos siguen siendo gigantes dormidos, las ventas muestran sus almenas de castillo. do Quijote, el que tan vivo y generoso ha cruzado la historia de España, sigue cabalgando por La Mancha a lomos de su flaco caballo Rocinante, en compañía de su sabio y amable escudero Sancho Panza, rodeado de seres maravillosos y de nuestro propio encantamiento.
Notas (capítulo X):

[1] El título del capítulo no corresponde a lo que se va a narrar: el episodio del vizcaíno ya ha terminado y a DQ no le sucede nada más con él. Con los yangüeses (o ‘gallegos’) no se encontrará hasta I, 15. Este posible descuido de C. ha provocado, desde antiguo, muchas especulaciones. [*][°]

[2] Atenuación irónica; véase I, 8, 101: «Sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces».

[3] En señal de respeto y vasallaje. La mano se besaba a un superior, sobre todo cuando se agradecía o pedía alguna merced, como sucede ahora. [°]

[4] ‘sino aun más que eso, algo de mayor categoría’.

[5] ‘cota ligera, de cuero, de tejido guateado, de laminillas de acero o de malla, sobre la que se colocaba la coraza –peto y espaldar– propiamente dicha’. La loriga dejaba colgando un faldón, que es lo que, en señal de extrema sumisión, besa Sancho, como también se lo besan en ocasiones a los héroes de los libros de caballerías. [°]

[6] ‘a paso rápido, sin llegar al trote’ (II, 10, 704).

[7] ‘acogernos a sagrado’, donde la ley prohíbe al poder civil que se prenda a nadie.

[8] Cuerpo armado, regularizado por los Reyes Católicos (1476), que tenía jurisdicción policial y condenatoria, sin apelación a tribunal, sobre los hechos delictivos cometidos en descampado, sobre todo frente al bandidismo; sus miembros –los cuadrilleros– no tenían demasiada buena fama, tanto por la arbitrariedad de su comportamiento y, a veces, venalidad, como por su tendencia a desentenderse de los asuntos difíciles y no ser capaces de proporcionar seguridad a los viajeros. [°]

[9] ‘hemos de pasar muchos trabajos’; hopo es ‘mechón de pelo, copete o barba’.

[10] Sancho interpreta la voz culta homicidio como omecillos ‘malas voluntades, rencores’; le caté: ‘le guardé’. [°]

[11] ‘no te preocupes’ (I, 29, 335). [°]

[12] ‘yo te sacaré de apuros’. Se trata de una alusión bíblica, que puede remitir a varios pasajes de Jeremías (XXXII, 28; XLIII, 3; L, 8, etc.); caldeos es, algunas veces, sinónimo de ‘magos, encantadores’. [°]

[13] ungüento blanco: ‘pomada protectora y cicatrizante’. [°]

[14] Bálsamo que había servido para ungir a Jesús antes de enterrarlo. En un poema épico francés, el bálsamo formaba parte del botín que consiguieron el rey moro Balán y su hijo el gigante Fierabrás («el de feroces brazos») cuando saquearon Roma. Allí, Oliveros se cura de sus mortales heridas bebiendo un sorbo del ungüento. La leyenda está ligada al ciclo de libros de caballerías sobre Carlomagno y los Doce Pares. DQ preparará y beberá este bálsamo, con efectos muy curiosos, en I, 17, 180-182. También se emplea el bálsamo de Fierabrás en Don Belianís de Grecia. [°]

[15] La hipérbole es tópica, y ya no sólo en libros de caballerías, sino en historias y poemas épicos. Sirve para encarecer la fortaleza o la cólera de quien propina el golpe. [°]

[16] ‘se coagule’ (II, 21, 806). [°]

[17] ‘encajarlo en su sitio y de manera que una parte se ajuste con la otra’. [°]

[18] ‘Si tal cosa existe’, ‘si eso es cierto’.

[19] Fórmula fija que cierra los memoriales al rey solicitando algún premio o puesto.

[20] ‘medida de peso, correspondiente a poco menos de treinta gramos’; estremado: ‘singular’, ‘excelente’ (I, 51, 576, n. 3; II, 23, 817).

[21] ‘si es muy costoso hacerlo’.

[22] El azumbre es una medida de capacidad para líquidos, equivalente a unos dos litros.

[23] pensó: ‘estuvo a punto de...’.

[24] ‘en actitud de jurar’, como va a hacer a continuación; la espada tiene forma de cruz y sobre ella apoya su mano DQ. [°]

[25] DQ utiliza la fórmula legal de juramento común ––«por Dios y por la señal de la cruz»—, puesto que cualquier otra forma estaba prohibida por la ley LXVII de Toro, y añade una coletilla legal que utilizaban los escribanos cuando algún documento de testimonio era resumen de otro de mayor longitud y más exacto; pueden encontrarse ejemplos en las Sumas de la tasa de los libros impresos en la época. [°]

[26] Nueva referencia al romance del Marqués de Mantua, recurrente desde I, 5; allí está el verso de no comer a manteles, ‘no comer bien servido, con ceremonia, según corresponde al estado’, como penitencia. El verso ni con su mujer folgar no se encuentra sino en algunos romances del Cid. C. lo puede traer aquí por confundir ambos romances o como broma dicha por el casto DQ, que aun jura hacer. [°]

[27] a humo de pajas: ‘vanamente, sin fundamento, solo por cumplir’.

[28] Rey moro cuyo yelmo consiguió Reinaldos de Montalbán (Orlando innamorato, I, IV, 82); Dardinel muere en el intento de recuperarlo (Orlando furioso, XVIII, 151-153). La idea del yelmo maravilloso desarrollará un papel importantísmo a partir de I, 21. [°]

[29] DQ sustituye a Dardinel por Sacripante, que peleó con Reinaldos por su caballo y por amores de Angélica en el Orlando furioso, II, 3-10; la confusión se pudo producir por una equiparación entre Angélica y Dulcinea; o también porque Sacripante es un nombre más digno de un enemigo vencido que el suave y caballeresco de Dardinel de Almonte. [°]

[30] que dé al diablo: ‘desprecie, mande al infierno’; el que es un potenciador. [°]

[31] Sancho recuerda la continuación de romance y juramento: «De no vestir otras ropas / ni renovar mi calzare, / de no entrar en poblado / ni las armas me quitare».

[32] Se refiere al episodio contado en el Orlando innamorato, I, 10, cuando multitud de ejércitos cristianos y moros, atraídos por la belleza de Angélica, pusieron cerco al castillo que se levantaba sobre la peña Albraca, donde la tenía encerrada su padre Galfrón, rey de Catay. Solo el ejército que mandaba Agricane estaba formado por dos millones doscientos mil caballeros armados. La forma Angélica la bella es cliché en la poesía de tema ariostesco. [°]

[33] ‘ojalá’, ‘Dios lo quiera’; prazga es forma sayaguesa por plazga o plegue.

[34] Es el verso segundo y más popular de un villancico copiosamente glosado, a lo humano y a lo divino, en la segunda mitad del siglo XVI: «Véante mis ojos, / y muérame yo luego, / dulce amor mío / y lo que yo más quiero». [°]

[35]Sobradisa: nombre de un reino imaginario, del que es rey Galaor, hermano de Amadís. La primera edición escribe Soliadisa, errata que por azar forma el nombre de una princesa mencionada en el Clamades y Clarmonda (1562).

[36] porque vamos luego: ‘para que vayamos en seguida’; vamos es forma etimológica, aún usada dialectalmente. [°]

[37] ‘te juro por Dios’; la expresión era malsonante, propia de «la gente inconsiderada y fanfarrona» (Covarrubias). [°]

[38] trayo: ‘traigo’, forma popular; la cebolla con pan es comida propia de villanos, no de caballeros (II, 43, 973, n. 8). [°]

[39] Se juega con el significado literal ‘cosas hermosas, espirituales’, frente a la materialidad de la comida; pero pasárselo en flores es también ‘gastar el tiempo en cosas inútiles’. [°]

[40] El no hacer asco DQ a estos manjares y la forma de aceptación recuerda el episodio de Lázaro y el escudero (Lazarillo, III).

[41] ‘ni quieras cambiar lo establecido por la costumbre’. [°]

[42] ni he caído en: ‘ni he podido conocer’; en el Doctrinal de caballeros se prohíbe a los caballeros «comer manjares sucios». [°]

[43] fruta seca: no solo ‘frutos secos’, sino también las ‘frutas que se secan para conservarlas’, como pasas, higos, orejones, etc.

[44] Burla evidente de Sancho; volátiles son ‘cosas impalpables’, como el aroma de las flores, y también ‘aves’, que se conservaban en fiambre, en escabeche, en adobo o empanadas, y se llevaban para comer en los viajes. [°]

[45] ‘amigablemente’. [°]

[46] acto posesivo: ‘acto con el que se demuestra la posesión de un derecho de cuya propiedad puede dudarse’, en este caso el derecho de ser caballero. [°]

Notas (capítulo XI):

[1] Fue recogido... con buen ánimo: ‘Fue bien acogido’. [°]

[2] tasajos: ‘dados o tiras de carne, a veces curados con sal, al aire o al humo’; el tasajo es aún la base de los sancochos y pucheros americanos.

[3] ‘con cumplimientos rústicos’.

[4] ‘artesa pequeña, sin pies, que sirve para dar de comer al ganado’. [°]

[5] ‘a punto, cerca’. [°]

[6] ‘en la misma copa en que yo bebo’; el parlamento recuerda la primera epístola de San Pablo a los corintios. [°]

[7] De la virtud de la charitas habla San Pablo en la misma epístola (I Corintios, XIII); pero el amor igualador es un concepto tópico tanto de la literatura culta como de la popular. Puede considerarse como el comienzo del discurso de la Edad de Oro, con la alusión a la amistad e igualdad entre los hombres y el uso en común de los bienes. [°]

[8] ‘Gran favor’, quizá dicho con ironía; pero lo era, porque las leyes de la caballería prohibían al caballero sentarse con quien no lo fuera, a no ser con hombre que lo mereciese por su honra o por su bondad. [°]

[9] ‘completamente solo’. [°]

[10] gallipavos: ‘pavo común, americano’, frente al pavón o pavo real. [°]

[11] ministro y adherente: ‘servidor y adjunto’, términos usados sobre todo para los cargos de la justicia (II, 69, 1185).

[12] cómodo: ‘conveniencia, utilidad’ (I, 31, 363). [°]

[13] Fórmula que aparece en algunas cartas de renuncia de derechos o de donación.

[14] Frase del Evangelio de Lucas (XIV, 11) que se refiere precisamente a los invitados a un banquete. [°]

[15] jerigonza: ‘lengua o jerga propia de una profesión’; normalmente se toma a mala parte, acercándola a la germanía. [°]

[16] comer y callar es consejo –u orden– que se da a los niños.

[17] ‘comían con rapidez trozos de tasajo grandes como el puño’; embaulaban: de baúl, ‘barriga’, familiarmente. [°]

[18] zaleas: ‘pieles de oveja curtidas sin quitarles la lana’; bellotas avellanadas: ‘bellotas dulces, con sabor semejante a la avellana’, frente a las amargas. [°]

[19] ‘cuerno de un animal utilizado como vaso’.

[20] ‘cangilón o recipiente que se puede sujetar a la noria para subir el agua’; existe el refrán: «Arcaduz de noria, el que lleno viene, vacío torna». [°]

[21] ‘vasija de cuero que servía para transportar líquidos o sacarlos de un recipiente mayor’; en él se guardaba el agua o vino que se iba a consumir pronto. [°]

[22] puño: ‘puñado’. [°]

[23] La misma expresión había empleado DQ (I, 2, 47) para referirse al futuro, al momento en que se dieran a conocer sus hazañas escritas en un libro.

[24] El elogio de la Edad de Oro, época mítica en la que, según los poetas, la tierra brindaba espontáneamente sus frutos y los hombres vivían felices, era un tópico de la literatura clásica heredado por el Renacimiento sobre el modelo de Ovidio (Metamorfosis, I, 89 ss.) y Virgilio (Geórgicas, I, 125 ss.). La idealización de la Edad de Oro, vinculada a la literatura pastoril, se desarrolló en España entre el siglo XV y XVII, momento en que se intensificó la vida urbana. DQ proyecta sobre el mito de la época dorada sus utopías caballerescas. [°]

[25] La negación de la propiedad en el topos de la Edad de Oro aparece en Il vendimmiatore de Luigi Tansillo. [°]

[26]Endecasílabo de reminiscencias garcilasescas, no sabemos si de procedencia ajena o empleado por C. para subrayar el carácter lírico de la prosa empleada. [°]

[27] solícitas: ‘diligentes, cuidadosas’; el epíteto es tópico. [°]

[28] ‘sin pedir nada a cambio’.

[29] valientes: ‘robustos, recios, firmes’; latinismo frecuente. [°]

[30] ‘la tierra’, piadosa porque auxilia a sus hijos; la pesada reja del corvo arado traduce la frase hecha recogida en repertorios humanistas «Curvi pondus aratri». [°]

[31] Entonces sí refuerza la frase, que así se opone tanto a lo que se dice en I, 9, 106-107: «Andaban... con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle», como al tácito ahora. [°]

[32] ‘cerro aislado’.

[33] ‘con el cabello trenzado o suelto’; equivale a ‘doncellas, mujeres jóvenes’, que llevaban la cabeza descubierta, frente a las casadas y las dueñas, que llevaban tocas. [°]

[34] ‘tejido teñido con la grana procedente de esa ciudad fenicia’, famosa por ella desde la Biblia; la púrpura era propia de los vestidos de los reyes.

[35] C. se hace eco de la polémica sobre el lujo que arreció en España desde finales del XVI hasta finales del XVII. La represión de adornos, vestidos y tocados considerados excesivamente costosos e inmorales fue objeto de numerosas pragmáticas y leyes suntuarias, especialmente durante el reinado de Felipe IV, aunque de escasa o nula efectividad. [°]

[36] ‘bardana, amor de hortelano’, planta de hojas grandes y vellosas con flores en forma de bola rodeadas de pinchos.

[37] invenciones: ‘disfraces’ (I, 51, 578).

[38] se decoraban: ‘se recitaban, se decían’. [°]

[39] fraude es femenino, como en latín; el cliché «la fraude y el engaño» se repite en el autor. [°]

[40] En un principio ‘sentencia que se aplica por analogía’, pronto se degradó para significar ‘resolución arbitraria y caprichosa’. [°]

[41] Se recuerda la frase evangélica de San Mateo y San Lucas. [°]

[42] sola y señera son sinónimos, soldados en una frase hecha, que C. usa a menudo, y siempre en singular. [*][°]

[43] El laberinto construido por Dédalo para encerrar al Minotauro. Véase I, 25, 289 y, ahí, n. 119.

[44] La amorosa pestilencia nos pone frente al tópico renacentista de la locura amorosa, de la que son víctimas algunos personajes del Q. [°]

[45] ‘agasajo’. [°]

[46] La impresa en el hombre por Dios; DQ tiene en mente la organización bajomedieval, en la que los caballeros son los «nobles defensores». [°]

[47] ‘sin embargo’.

[48] El zaque conservaba el pelo del animal con cuyo cuero se elaboraba; así se mojaba y la evaporación enfriaba el vino. [°]

[49] ‘además’.

[50] ‘instrumento de cuerda y arco’, de una sola pieza, con caja redonda o cuadrada y dos o tres cuerdas; para tocarlo se apoya en la rodilla. Es el instrumento rústico por excelencia, con el que acompañan sus quejas los pastores del romancero nuevo. [°]

[51] ‘de unos veintidós años’.

[52] ‘muy agradable’.

[53] ‘confirmes lo que hemos dicho’.

[54] beneficiado: ‘clérigo de órdenes mayores o menores que disfruta de una renta por ejercer alguna función en la iglesia o en alguna capilla particular’. [°]

[55] ‘Eulalia’; es forma alternativa y popular del nombre. [°]

[56] ‘avisada, prudente’; pero se juega con el posible sentido de ‘enterada’ respecto al amor que fue conocido, que ocurre tres versos más adelante.

[57] ‘duro para acceder a las demandas’; es frase hecha, en rima con «la bolsa de San Francisco».

[58] orilla: ‘borde’; es recuerdo evidente de la canción IV de Garcilaso, vv. 90-91: «muéstrame l’esperanza / de lejos su vestido y su meneo». [°]

[59] ‘cualquier cosa que sirve para atraer a las aves’; se recuerda el topos de que la caza de amor es de altanería. [°]

[60] Vuelta a lo profano de Mateo, XX, 16, y XXII, 14 (I, 46, 531, n. 14). [°]

[61] ‘Y si los servicios amorosos sirven para volver benigno algún pecho’.

[62] ‘me he vestido de fiesta y alegría hasta los días aciagos, como pueden ser los lunes’. [°]

[63] ‘pulido, gentil, galán’. [°]

[64] ‘a la media noche’. [°]

[65] ‘simio, mono’. [°]

[66] ‘adorno de poco valor, bisutería’.

[67] ‘salió su primo en su defensa’.

[68] ‘sin orden’. [°]

[69] ‘da en común sin casarse’.

[70] Coyundas: ‘ataduras con que se uncen los bueyes al yugo’; sirgo: ‘cordón de seda’; lazadas de sirgo es metáfora por ‘matrimonio’. [°]

[71] ‘arco del yugo’. [°]

[72] C. opone los pastores reales a los idealizados de los libros pastoriles. [°]

[73] A las virtudes tradicionales del romero, se une la cáustica y antiséptica de la sal (I, 17, 180, n. 20). [°]